Vainilla y chocolate by Sveva Casati

Vainilla y chocolate by Sveva Casati

autor:Sveva Casati
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico, Realista
publicado: 2015-06-01T22:00:00+00:00


4

Penélope dedicó el resto de la mañana a ocuparse de la casa, de los hijos y de la suegra, para no pensar. A última hora se metió en la cocina para dejarles preparada la comida. Preparó un puré de verduras con queso parmesano espolvoreado y un chorrito de aceite de oliva; mientras se doraban unas patatas en el horno, empanó y frió unos filetes de ternera, y finalmente mezcló unos plátanos con miel hasta obtener una crema que aromatizó con zumo de limón. Una vez que lo tuvo todo listo, llamó a los niños y a María para que se sentaran a la mesa. Mientras ellos comían, se lavó, se maquilló y se vistió con esmero. Cuando le pareció que estaba presentable, llamó a un taxi y advirtió a los niños:

—Estaré fuera un par de horas. Por favor, no pongáis nerviosa a la abuela, no os quedéis enganchados al teléfono, no os peleéis y no destruyáis la casa.

Y salió corriendo. Cuando entró en el restaurante, un camarero la guió hasta una mesa que estaba un poco apartada del resto de la sala, donde Mortimer la esperaba. Le pareció aún más atractivo que el día anterior. Llevaba un traje gris, una impecable camisa azul y una corbata discreta, de rayitas azules y burdeos. Su pelo era castaño con reflejos cobrizos y sus ojos, grandes y de un gris dorado. Penélope le tendió la mano y él la tomó entre las suyas, grandes, secas, cálidas. Esperó a que ella estuviera sentada a la mesa para sentarse enfrente.

—¿Qué prefieres, carne o pescado? —le preguntó.

—Pasta —respondió—. Cuando estoy nerviosa, y ahora estoy muy nerviosa, los hidratos de carbono me proporcionan seguridad.

—Entonces, espaguetis para dos —ordenó al camarero. Luego la miró a los ojos y le preguntó—: ¿Cómo estás?

—Contenta, aunque sé que no debería haber venido —replicó con sinceridad.

—Yo también estoy casado —confesó Mortimer, e inmediatamente añadió—: Y separado.

Su mujer se llamaba Katherine Algo, era americana y vivía en Boston, donde él había trabajado durante dos años después de doctorarse en medicina.

Se habían casado en Italia y habían vivido juntos lo suficiente para comprender que no estaban hechos el uno para el otro. De modo que Katherine Algo se había vuelto a Estados Unidos. Llevaban tres años separados y ella estaba tramitando el divorcio.

—Imagino que debe de ser una experiencia dolorosa —comentó Penélope, que era muy sensible a las palabras «separación» y «divorcio», como si indicasen una enfermedad horrible. Siempre le habían repetido que una unión desgraciada es mejor que una separación drástica.

—Seguramente menos dolorosa que las operaciones que realizo casi todos los días —precisó él—. Sobre todo porque ya no estoy enamorado de Katherine, ni ella de mí.

Por lo tanto, Mortimer era cirujano. Sentía curiosidad por saber más, pero no quería forzar las cosas. Tampoco quería interrumpir la serena narración de aquel interlocutor que la miraba a los ojos como si fuese la única persona en el mundo digna de atención. Era una sensación que ya había olvidado. Sólo su padre, de vez en cuando, la miraba y le hablaba de esa forma.



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